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¿Cómo enfrentar la inseguridad? Apuntes de un reincidente

-(Auto)descubrimiento-


La (in)seguridad es un estado psicológico de mayor o menor grado de convicción sobre un asunto determinado. Es el resultado del nivel de auto-estima y la causa del miedo o la serenidad. Lo característico de la inseguridad es su representación externa en la consciencia propia, elemento que ha sido ilustrado por diversos autores como una voz interior. Efectivamente, la inseguridad supone una disociación en la personalidad del sujeto que la padece: el valor propio es imposible de aprehender por la recurrencia de una presencia intangible en la mente, insistente en la autocrítica, el de-merito y el odio hacia sí mismo.


La (in)seguridad es constitutiva en el comportamiento de una persona y, al mismo tiempo, da buena cuenta de la auto-concepción del individuo: el rechazo a sí mismo produce una baja estima propia, de esta manera, se forja la inseguridad que genera emociones de temor y amenaza, lo que propicia reacciones controladoras, evasivas, posesivas, celosas, agresivas, entre otros. Esta cadena de factores psicológicos es indispensable de distinguir, puesto que permite la oportuna intervención de los problemas. Adelante se explicará cómo.


Dejar sentir es el primer paso en esta propuesta de crecimiento personal. Esto no implica otra cosa que permitir el flujo emocional, es decir, vivir el sentimiento, padecerlo: la tristeza, los celos, el miedo, la ansiedad, el deseo de huir, el afán de esconderse, la renuncia, el dolor, la desesperación, cualquier sea, es fundamental admitir el pleno acontecimiento de la emoción determinada que un hecho genera. En este punto surgen dos componentes a considerar: 1) es necesario fomentar el discernimiento emocional, particularmente acrecentando y distinguiendo el vocabulario de sentimientos, ello es, saber diferenciar el enojo de los celos o el desasosiego del aburrimiento; 2) desplegar la valentía y la auto-compasión al aceptar el sentimiento eminente, sin reprimirlo o evadiéndolo.


En segundo lugar, escuchar(se) es probablemente la etapa más ardua y abrumadora, no obstante, la más relevante. Este es el instante en que se deja hablar a la voz interior (la inseguridad) y donde se debe apreciar cada una de las afirmaciones o negaciones que se hace de sí mismo, del futuro, en fin. Aquí es necesario un método de expresión, recomendable la escritura, en que se debe plasmar esos comentarios denigrantes y des-preciadores. Escribir no eres realmente importante para ella, no eres suficiente, te dejará como todos los otros, haces todo mal, y otra mayor serie de comentarios alusivos, es sin duda un ejercicio intenso y punzante, sin embargo, fundamental para adquirir conocimiento de los elementos posteriormente llamados a intervenir y para hacer explícita la existencia de aquella voz interior y así poderla identificar como un enemigo a enfrentar.


Una vez agotada toda la necesidad de liberación y des-ahogo, habiendo dejado por escrito hasta la última palabra de repulsión propia, viene la interpelación. El proceder a continuación está cimentado en un método relativamente simple: preguntarse. Si anteriormente fue posible vislumbrar un miedo al abandono, este es el momento de increparse ¿por qué temo ser dejado? ¿qué me hace sentir insuficiente? ¿qué causa que no me sienta importante? ¿cómo es que todo lo que hago me parece mal? Acá es primordial no apresurarse a buscar o esperar respuestas claras, lógicas y concisas, más bien lo vital es ser agudo y atento a qué asuntos, recuerdos, personas, memorias, surgen o emergen al hacernos estas preguntas. Así, quizá cuando intente responder por qué me preocupa el abandono, se dibuje difusamente la imagen de un familiar o un amigo en la infancia; o cuando me cuestione por el des-valor que le atribuyo a mi trabajo aparezca las palabras de un profesor en la niñez.


La interpelación reconoce que la causa de la inseguridad son las pre-concepciones forjadas en las edades tempranas, por lo tanto, insiste en las preguntas como método de indagar por las experiencias constitutivas de éstas. Hacerse consciente de los hitos originarios de la inseguridad es indispensable para poder concluir, asumir y conciliar(se). Nuevamente, un método escrito para exteriorizar este proceso es recomendable.


Con todos los insumos ahora evidentes, se llega al cuarto paso: concluir. Esto no debe entenderse como cierre, sino literalmente hacer conclusiones. Una inducción de las que se está haciendo referencia tiene la siguiente apariencia: me siento frustrado con mi trabajo y creo que no soy bueno, pues “nunca” he valorado lo que hago, y no confío en mis capacidades porque “siempre” me sentí inferior a mi hermano y fui muchas veces reprobado por mis profesores, por eso no me gusta compartir mis logros, no creo que sea verdad los elogios que recibo por mis labores y prefiero seguir los planes ajenos. También se puede ver así: siento celos por esa persona, pues me genera una sensación de amenaza, ello sucede porque en el fondo no siento amor propio, pues durante el colegio fui constantemente rechazado por mis gustos y mis padres no me permitían discrepar y dar mis propias opiniones, de esta manera, no confío en que otros ralamente me puedan amar por lo que soy, por eso me comporto de formas posesivas y controladoras.


Lo sustancial de generar conclusiones es un doble ejercicio: primero el de relacionar el pasado como causa de la inseguridad y ésta como engendro de comportamientos presentes, es decir, realizar cómo afecta la inseguridad en mi vida; en segundo lugar, otorgar explicaciones o motivos para la personalidad propia, lo cual será muy incidente más adelante.


El quinto y último paso es conciliar. Esto refiere a desplegar compasión, indulgencia y perdón a sí mismo, significa asumir el pasado, entender las causas del comportamiento propio y aceptarse en la singularidad personal. Este es el momento para desechar las opiniones que pretenden justificar el malestar actual en es un castigo de la vida, soy malo por naturaleza, simplemente no tengo solución, estoy irremediablemente perdido, no, más bien soy un ser humano normal hecho en la forja de sus experiencias pasadas, mi historia fue compleja y es la causa de lo que siento y cómo me comporto ahora mismo. Aquí es donde se está convocado a validarse, a abrazar lo que se ha padecido y remplazar la auto-crítica destructiva por piedad y empatía. Es el momento de soltar y sonreír.


Para finalizar, la inseguridad es un hecho que afecta a todas las personas, sólo somos distintos en el grado en que nos (in)dispone. Esta es una jornada, no se logran resultados inmediatos. Para acompañarla se necesita recursos emocionales, amistades sólidas, pareja estable, terapia y sobre todo compromiso en dedicar todo el tiempo que haga falta. Naturalmente, enfrentarse a ella es genuinamente una batalla, es muy demandante a nivel emocional, duele, causa incertidumbre y mucho temor; nosotros mismos somos un tópico terrorífico, del que habitualmente no queremos saber. Empero, dar cara a la inseguridad es una cruzada irrenunciable, pues en la sinceridad y el amor propio está el único camino a la felicidad. Aventarnos al auto-conocimiento y la asertividad emocional es preponderante para una vida plena, serena y satisfecha.

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