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Abría los ojos instantes antes de escuchar las campanas, se oía cinco golpes, pero el último desentonaba en intensidad porque Jacinto desistía al llevar la polea en el cuarto jalón. Diez minutos para tensar la cobija de lana gastada y acoplar la sotana, se mira en el espejo de agua antes de arrodillarse para imaginar “Tomad señor y recibid…” De camino a la capilla cruza el pasillo diagonal que conduce al aposento de los mayores, el comedor no congrega, hoy es día de ayuno. Las miradas tienen prohibido encontrarse durante la penitencia, murmurar es sacrilegio y hace largos meses que debe buscar en sus recuerdos el sonido de su voz. Ayer notó tras la celosía del altar que el nido de pájaros que pendía del guayacán cayó o fue tumbado. La biblia permanece abierta y no necesita separador, el Pentateuco y los misterios ya los ha leído, al igual que el evangelio; su atención puede reposar en un versículo días o semanas, nadie lo incitará y el hábito que le fue entregado su primera tarde no se encogerá o perecerá. Esta vez contempla de San Juan: “El que cree en el Hijo tiene vida eterna; el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida…” Entrada la noche subió a la cúspide del campanario, allí hay un visor artesanal para observar el cielo y al hacerlo se pasmó extrañado: en la tríada de estrellas solo quedan dos, pero daría su vida en que la última vez vio tres.

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Beato o condenado

Febrero 2020

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