Libro de cuentos

Se conserva en las tablillas de arcilla una historia apócrifa. Versos mesopotámicos que se prometen antecesores de la Torah. 

-Ya llegué, baja.

-No sé

-¿Qué cosa no sabes?

... 

mi papá murió de dolor. Una arista filuda desajustada de los tubos menores del órgano de la Iglesia de la Veracruz, donde tocaba todos los domingos, le cortó la pantorrilla; al cabo de unas semanas le amputaron las piernas, sin más anestesia que tronco y trapo entre los dientes.

Francamente le hubiera gustado hablarlo con alguien, tenía en mente a Sofía

Declaró sobre cómo debían de acontecer los próximos minutos: en silencio y sin movimientos bruscos, solo sacan lo que les diga.

Era una mísera foto, reflexionaba, y aún así quería aventarse a ella con violencia y hacerla desaparecer. 

Pero hoy no, porque ahí estás. Si, te posas delante de mi, con la naturalidad de tus pestañas, te sientas y (tu si) lees. 

Esta vez contempla de San Juan: "El que cree en el Hijo tiene vida eterna; el que rehusa creer en el Hijo no verá la vida..."

Contemplando este planeta sin nombre, vi abrir sus dunas y me abrazó un calor cómplice. Y llegué a ti.

Lámpara mía que te condeno por no haber sido primigenia, sino aparecida. Más eres hogar.

Estoy en la colina, tengo que bajar, evado la pendiente y quiero el trazo recto. Ambas manos aprientan la cabrilla, comienzan las lágrimas.

Lo próximo que lo despertó fue un grito que lo hizo tensar. Se incorporó rápidamente y levantó la cabeza para averiguar el móvil del escándalo.

Esa noche fue la primera en que Hugo tomó la iniciativa, todo estaba meditado.

Ese día yo estaba llevando una nevera a Nutibara y me tocó ver cómo llegaban arrastrados a la plaza del pueblo, pero bueno, al menos a esos no los mataron.