Dudo en admitir admitir,
pero esta música es tuya, es de ti,
y solo a ti con ella me devuelvo.
mi niña, dulce que eres,
aun presa y aplacada.
Yo sé que te mueves hacia el calor, entregada a un sentimiento que diste a claudicar,
que maldeciste siempre, y que siempre te engaña –porque necesitas creer.
Hace la guitarra y ese grito de clamor
tu lo recuerdas, que dice en él todo lo mudo,
el que me invoca a ti, y te trae, y aumentas, y vuelves, ya aquí, a tu morada entre mis ojos.
Dulce, risueña, mía; yo te recuerdo–
y aunque pudiera
/debiera/
confesarte una carta de nostalgia,
por tus nieves, por tu valle tierno, fértil, querido;
por tu gracia fina, entendida, hecha para darle más a la vida...la vida...la vida.
me freno, callo.
Hoy viniste y es en verdad mi elección hacerte nostalgia, película, fuego, inspiración.
Yo te decido mía hoy y te sé en mi cielo, musa, para reclamar estas palabras
risa, brisa, niña. me fuiste dada como móvil, sueño: morada.
y te buscaré, aunque seas bruma, porque me fuiste dada para hallar estas palabras
y decir lo que solo un amor solitario, vacuo, de caricias me puede traer.
Soy culpable de todo
y tus lagrimas -tus besos
dolor que ya conozco, sueños que repito.
Te descubro porque tu piel es blanco lienzo, crema papel
Y te revelo porque estás pulida para ser descrita, para causar la écfrasis
brasas tus mejillas de oír todas mis promesas
mis sentencias en tus labios
mis manos. tus manos. la cama, destendidos
–y esta lengua mía que ya has probado.
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